Del blog de Nacho Rivas y de su acertado post
Las dichosas tareas para casa –en el que argumenta contra los deberes mientras sus hijos los sufren– recogemos unos párrafos autobiográficos del último libro de Paul Auster,
Informe del interior de Editorial Anagrama por su interés para fomentar el debate y la reflexión:
“Lo mejor de la escuela elemental a la que asististe, que duró desde el jardín de infancia al término del sexto de primaria, fue que no tenías deberes para hacer en casa. Los directores escolares que componían el consejo de educación municipal eran seguidores de John Dewey, el filósofo que había cambiado los métodos de enseñanza norteamericanos con su enfoque humano y progresista sobre el desarrollo de la infancia, y tú fuiste beneficiario de la sabiduría de Dewey, un niño que podía correr libremente desde el momento en el que sonaba el último timbrazo y el colegio terminaba por aquel día, libre de jugar con tus amigos, de ir a casa y ponerte a leer, de no hacer nada.
Estás inmensamente agradecido a aquellos caballeros descosidos por dejar intacta tu niñez, por no cargarte de trabajo innecesario, por tener la inteligencia de comprender que los niños no pueden dar mucho de sí, y hay que dejarles un poco en paz. Demostraron que todo lo que se necesita aprender puede hacerse en los confines de la escuela, porque tus compañeros y tú recibisteis una buena educación primaria con ese sistema, no siempre con los profesores más imaginativos, quizá, pero competentes en cualquier caso, y fueron quienes te inculcaron la lectura, la escritura y la aritmética con resultados indelebles, y cuando piensas en tus dos hijos, que crecieron en una época de confusión y angustia en materia de pedagogía, recuerdas cómo estaban sometidos a la obligación, absolutamente insoportable, de hacer tediosos deberes noche tras noche, necesitando a menudo la ayuda de sus padres para acabar la tarea, y año tras año, cuando veías cómo empezaban a derrumbarse, a cerrárseles los ojos, sentías compasión por ellos, te entristecía el hecho de que desperdiciaran tantas horas de sus jóvenes vidas al servicio de una idea en bancarrota.” (pág. 28)
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